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jueves, 3 de enero de 2019

ECLIPSE FRUSTRADO

No buscabas ese encuentro y, si por ti fuese, incluso lo hubieses evitado.
No te gusta como te hace sentir, como sus ojos, que antaño mostraron algo de simpatía, destilan un odio acérrimo y aún así le sonríes. No tienes nada en contra de su persona y esperas que ese simple gesto cambie la situación.
Tus esfuerzos son en vano.
Te lanza una mirada fría y cortante como un estilete y, una vez más, hace que te preguntes qué hiciste mal. Te sientes culpable del mal humor que denota siempre que apareces, cada vez que abres la boca y percibes todo su desdén.
Se asegura de que así sea, que ni por asomo te pase inadvertido.
Llevas meses buscando el momento en el que metiste la pata y no lo encuentras, pero ahí está esa mirada que lo dice todo y desearías que hablase en voz alta y clara, porque el lenguaje de las miradas solo lo comprendes a medias y, con ésa en concreto, no estás familiarizada.
Aún así intuyes su significado y algo dentro de ti se encoge, se arruga como algunos tejidos al lavarlos en agua caliente, arrugas persistentes, difíciles de quitar.
Sopesas la posibilidad de quedarte en una esquina, lejos de miradas indiscretas que perciban la tristeza en tus ojos, lánguida y aburrida, pero eso no va contigo ni con tus amigos, los que se acercan,  te rodean y te sacan la primera sonrisa. Se dan cuenta de que algo pasa porque leen en ti con la misma facilidad que en un cartel de neón.
Y, de repente, te das cuenta de que no necesitas más. Su enfado no es tu problema, y si alguno hubiera que venga, que te saque de la incertidumbre.
Ríes, bromeas, bailas, vives... olvidándote de su presencia, rodeada de la gente que te quiere.
Y así, vuelves a hacerlo.
Una nueva afrenta, porque no entiendes que, cuando el sol brilla, la oscuridad es la primera en darse cuenta.

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