Cuando la conocí, pasó de ser nada a ser todo. Como dos imanes que con un "click" sellan su unión, empezó nuestra amistad.
No había nada que no pudiéramos compartir, risas, sueños, desvelos y secretos. Nuestras miradas se convertían en conversaciones, un gesto provocaba una reacción (siempre la esperada), y una lágrima se convertía en urgencia.
Eramos y somos complementarias, la una es el bastón de la otra cuando las cargas del día a día resultan demasiado pesadas de llevar.
Y nuestras locuras...¡Si, cuantas risas!
Haciendo balance de nuestra vida en común, casi como si fuéramos un viejo matrimonio, ha habido más momentos buenos que malos.Porque incluso en los malos, hemos sido dos para hacerles frente.
Laura conoce mi vida casi tan bien como yo, me conoce a mi misma casi tan bien como yo; por eso me sorprendí cuando un día, después de muchos años de complicidad y confidencias me hizo la pregunta:
–¡Dime la verdad!¿Aún lo amas?
Era mi mejor amiga, no podía ni quería mentirle, además no
había necesidad, sabía que cualquier respuesta que le diera
se iría con ella.
había necesidad, sabía que cualquier respuesta que le diera
se iría con ella.
Me miraba atenta, como sólo las amigas lo hacen,
evaluando mis gestos con mirada experta.
Quise hablar, pero no pude. Tiempo atrás mis ojos hubieran
hablado por mi, las lágrimas se hubieran agolpado tras ellos
y ganado la carrera a mi boca.
hablado por mi, las lágrimas se hubieran agolpado tras ellos
y ganado la carrera a mi boca.
Ya no era así, pero era tanto el dolor que todavía provocaba
en mi aquel recuerdo, que mi alma me abandonó por un
segundo.
Mi cuerpo y mi rostro se quedaron estáticos, evaluando sus
nuevas reacciones ante un tema viejo.
Ningún sonido salió de mi, no podía, el aire había
abandonado mis pulmones y en el pecho sólo sentía un gran
vacío.
Laura me abrazó.
Ese silencio fue para ella, la más clara de las respuestas y
su abrazo cálido para mi, más reconfortante que cualquier
palabra.
su abrazo cálido para mi, más reconfortante que cualquier
palabra.
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